Muchas veces nos dicen pensá cosas lindas, pero no es solo una expresión de deseo, si realmente lo practicamos, los beneficios y el bienestar de nuestro cuerpo serán notables, es fácil de comprobar si esto es real.
Con solo concentrarnos y pensar en un momento agradable que hemos vivido, vivenciar que se cumple un deseo muy guardado, o solo imaginar algo agradable para nosotros, nuestro cuerpo genera sensaciones placenteras, nuestra energía se activa, y la felicidad se apropia de nosotros.
Por lo contrario, si nuestra mente se carga de pensamientos negativos, vivenciamos situaciones traumáticas, nuestro cuerpo nos pasará la factura.
Nuestra energía será escasa, los dolores se apoderaran de nuestro cuerpo, nos costará dormir, concentrarnos e iniciar nuevos proyectos.
Pero entonces pensamos: ¿somos dueños de nuestros estado de ánimo?, se podría decir que si.., pero no es tan fácil…
Es cuestión de concentración, de querer estar bien y de ser conscientes, que es posible y que si nos lo proponemos lo podemos lograr. En ocasiones hemos escuchado,” somos nuestro propio enemigo”. Y un poco de certeza en este dicho hay…
Hoy día es indiscutible la relación estrecha y dependiente que existe entre nuestra psique, emociones, conductas y la salud física. Se influyen y afectan de forma bidireccional. Situaciones como el dolor crónico, la falta de trabajo, una ruptura sentimental, hacer cola en el banco o el mismo tráfico generan en nosotros pensamientos negativos, incluso catastróficos: “Estoy harto, no puedo más”, “Este dolor me limita y no puedo hacer nada, se me quitan hasta las ganas de vivir”, y un largo etcétera. La mente puede ser nuestra principal aliada, pero también nuestra mayor rival.
Pero entonces pensamos: ¿somos dueños de nuestros estado de ánimo?, se podría decir que si.., pero no es tan fácil…
Es cuestión de concentración, de querer estar bien y de ser conscientes, que es posible y que si nos lo proponemos lo podemos lograr. En ocasiones hemos escuchado,” somos nuestro propio enemigo”. Y un poco de certeza en este dicho hay…
Hoy día es indiscutible la relación estrecha y dependiente que existe entre nuestra psique, emociones, conductas y la salud física. Se influyen y afectan de forma bidireccional. Situaciones como el dolor crónico, la falta de trabajo, una ruptura sentimental, hacer cola en el banco o el mismo tráfico generan en nosotros pensamientos negativos, incluso catastróficos: “Estoy harto, no puedo más”, “Este dolor me limita y no puedo hacer nada, se me quitan hasta las ganas de vivir”, y un largo etcétera. La mente puede ser nuestra principal aliada, pero también nuestra mayor rival.
Las emociones son derivadas del pensamiento, por ejemplo, puedo pensar y sentir tristeza o alegría porque algo se acabó. Y en verdad, lo que estoy haciendo, es “traer” un recuerdo del pasado y compararlo con mi presente, y dependiendo de cómo interpreto la situación actual (la interpretación es un proceso del pensamiento) voy a evaluarla como buena o mala. O puedo simplemente “traer a la memoria” (pensar) un acontecimiento a mi presente, y despertar en mí una emoción.
Porque en definitiva, la emoción es derivada del pensamiento, del pensamiento sobre algo en particular. De ahí las diversas emociones; pasión, euforia, alegría, tristeza, angustia, depresión, etc. todas son emociones cargadas de información, que dependiendo de cómo las interpretamos se manifiestan como buenas o malas, y nos alteran más, o menos
El mundo no es de color rosa, pero tampoco un lugar negro y hostil. Se trata de buscar la utilidad de lo que pensamos. Los pensamientos y las emociones son útiles cuando nos permiten resolver lo que nos preocupa e inútiles cuando no podemos hacer nada por aliviarnos
Muchas veces anticipamos lo que no depende de nosotros: “Seguro que el profesor pone un exámen dificilísimo”, “No me inspira ninguna confianza este partido, el rival lo va a dar todo”. Muchos de sus miedos versan sobre un futuro que no va a suceder. Al final, no todo termina saliendo bien, pero sí es cierto que no es tan trágico como había pronosticado. Se ha dedicado a sufrir por situaciones que no pasarán o que, si ocurren, no serán tan tremendas como imagina. El miedo anticipatorio sólo aumenta nuestro nivel de ansiedad y preocupación. Nos impide estar pendiente de lo que sí funciona y genera la sensación de vivir en un mundo amenazante. Cuando esto ocurra, sería bueno sustituir nuestro miedo al futuro por un simple “bien, pudiera ser, lo que tenga que ser…
Es decir, que nuestros pensamientos, generan emociones, estas inciden en nuestro corazón, el cual nos puede hacer perder energía e “intoxicar” nuestro organismo con una química determinada que no es necesaria y que nos provocará un desgaste excesivo del mismo.
Y para terminar les dejo una frase que me motiva espero que a ustedes también!
Adriana Reschia
Lic. en Psicología social
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