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¿Por qué siempre queremos tener la razón?


Defender “mi verdad” como si cualquier enmienda fuera un ataque personal.


¿Por qué queremos tener siempre la razón?

Las mujeres hemos aprendido generacionalmente que tener razón es una una prioridad existencial; por eso a lo largo de nuestra vida caemos en distintas discusiones, encontronazos que nos llevan a inevitables frustraciones. 


Un motivo de por qué queremos tener siempre la razón se debe a que necesitamos proteger una de nuestras más preciadas posesiones: la autoestima. Es esa frágil imagen interna que, ante un error nos hace sentir en el fondo de un pozo.

Fuimos educadas para tener miedo al error

La mayoría hemos crecido entendiendo de nuestros adultos que equivocarse tiene malas consecuencias y hasta castigo, mientras que el acierto trae beneficios y premios. No es para nada anormal pensar entonces que nuestra autoimagen se fue construyendo de esas consecuencias y beneficios.

La sumatoria de frustraciones de no poder hablar o defenderse en la infancia y adolescencia, la impotencia o el dolor acumulado, (emociones tan normales como tóxicas), nos llevan hoy a defender con capa y espada “nuestra querida razón”.

Nuestras creencias son nuestras posesiones internas.  Entonces. . . ¿qué ocurre cuando alguien me hace dudar? siento que se están poniendo en jaque mis verdades, recurriré a sofisticados mecanismos de defensa para poner a salvo esas creencias.


Cuando gestiono mal mis emociones

Si nos preguntamos por qué queremos tener siempre la razón es inevitable hablar de egos, de inmadurez emocional y de esa mala gestión de la contradicción y la frustración. Si siempre queremos tener la razón, lo único que lograremos es sufrimiento.


Amigarme con mis errores me hace abrirme a la oportunidad de aprendizaje y crecimiento.

A veces, no somos conscientes de la gran cantidad de energía y de tiempo que perdemos defendiendo lo indefendible.  Hay ocasiones en que vale la pena bajar de nuestro pedestal, escuchar opiniones opuestas y entonces decidir.  Eso no es ninguna debilidad, sino todo lo contrario . . podría convertirse en una de tus mejores fortalezas.

Madurar emocionalmente es abrirnos al ejercicio de la escucha, la cual es una increíble oportunidad para aprender y reforzar lazos.



Aprender sobre nuestras emociones, nos lleva a comprender que no las hay buenas ni malas. Todas las emociones son un termómetro interno que nos muestra ese camino individual, que nos hace distintas y personales.

Sacá lo mejor que tenés dentro, siempre es la mejor opción.




Nos vemos en el próximo artículo.





Mónica Dell"Oro
Promotor de Cambio
Psicología social.

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